abril 18, 2007

Roser Bru esta sentada en una sala del museo





Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler, me duele hasta el aliento.
Miguel Hernández








Tenía todo el segundo piso del museo para exponer sus telas. Tenía también a una veintena de estudiantes –en su mayoría de diseño; los de arquitectura éramos tan solo un par- a su alrededor escuchándola con atención, preguntándole cosas de su vida en España, por que nació española, catalana, y de sus viajes por el mundo, de cómo llegó a Chile, en ese barco de inmigrantes que trajo Neruda, el Winnipeg, y que junto a miles de españoles escapaba de la dictadura franquista. Y entre sus telas hablaba de tantas cosas, de tanta gente, de escritores que se murieron por que los había matado el fascismo, de García Lorca, de Miguel Hernández y de otros tantos que no resistieron. Como Benjamín, que también aparecía en un par de telas, y del cual recordaba, no por que lo hubiera conocido personalmente, sino por que una amiga suya, una amiga de Barcelona, una amiga de infancia, había tenido el placer de conocerlo antes de su muerte.


Había un ventanal opaco que de seguro daba a la calle. Aún así la sala en donde estábamos era blanca. Blanca y luminosa. Tanto o más como la luz desteñida de la calle. Y justo fue en esa misma sala, ya hace muchos años atrás, que a Roser Bru le habían hecho clases, en la antigua academia de bellas artes, con otros tantos conocidos de su misma generación. Era ahí el inicio del recorrido, que más bien era una historia, la historia de un viaje largo que nos hablaba de su tierra querida, de la España en el corazón como escribiera Neruda, y también hablaba de la mujer, de su dolor por aquellos que ya no están, del recuerdo que dejan aquellos que desaparecieron, aquellos que prohibieron.

Ahora ella ya no estaba de alumna, sino que todo lo contrario. Estaba ahí para hablarnos de pintura, del contacto del artista con la tela. Del contacto que ella establecía con la tela. Es un combate, decía, y es el único combate en que resultan vencedores. No sé por que, pero sus pinturas me recordaban las pinturas de José Balmes. Habrán sido los colores, los lugares comunes, por que claro, sus líneas tenían algo de violento, y al igual que las de Balmes, eran líneas fuertes, expresivas, incluso, por momentos, un poco angustiosas. Mucho gris, mucho negro tapando ojos censurados, mucha alusión a la desesperanza de los años posteriores al golpe del 73`; nombres que se repetían y se entremezclaban con el color: rimbaud, benjamín, brecht, barthes, neruda, vallejos, borges, hernández, garcía lorca, kafka.


Le tenía mucho cariño a este país, y quizás por eso aceptó exponer, y tomate el segundo piso entero, le dijo brugnoli, el director del MAC, y no había por qué negarse, y si estaba ahí, con nosotros en alguna forma era por lo significativo que era exponer como maestra, donde alguna vez fue solo una simple alumna. Entonces alguien preguntó algo sobre la muerte, o dijo un comentario sobre la muerte, la muerte y uno de sus cuadros, o tal vez la muerte y todos los cuadros y lo que en algún momento fue una clase ahora era una charla. Muchos hablaron, incluso yo hablé, hasta que ella, más bien tímida, humilde, pequeña de porte, y ante un silencio tan femenino como limpido, dijo que ya estaba vieja, y que ese tema lo veía cada día con mayor importancia, y que quizás por eso mismo estaba aquí. No le daba lo mismo el morir. Tampoco dónde morir. Había creado tantos cuadros, como exposiciones había hecho, había estado en tantos lugares como viajes había vivido, había conocido a tanta gente como historias había pintado.

Pero estaba aquí, al frente de nosotros, por que al final de ese largo viaje, quería morir en Chile.

abril 07, 2007

sobre un texto de popper

Este texto de Karl Popper se centra particularmente en la llamada "teoría del conocimiento", la cual pretende hallar respuestas a las preguntas básicas del conocimiento humano, tales como si es posible hallar ese conocimiento, y si es así, de qué maneras, y cómo este conociemiento se nos presenta, cómo lo aprehendemos, y finalmente el problema de la verdad.


Hace una revisión histórica y conceptual de las principales ideas entorno al problema, pasando desde las teorías optimistas -la anamnesis- y pesimistas -la alegoría de la caverna- de Platón, las ideas de sabiduría e ignorancia de Sócrates -la llamada mayéutica-, la pretención cartesiana de un conocimiento absolutamente seguro a través de la duda metódica, la idea de la veracidad de la naturaleza de Bacon, la teoría lingüistica de la representación de Wittgenstein, el empirismo de Hume, entre otros.

Para popper todas son fuentes de conocimiento, siendo ninguna de estas fuentes completamente válida, debido que -para popper- la verdad -esa idea de completa objetividad del conocimiento- está más allá de la autoridad humana y nos es, por consecuencia inalcanzable.

En popper encontramos la idea de que no existe una verdad, si no que lo que más se acerca a ella, en otras palabras hay verdades más verdaderas que otras, siendo ninguna verdad completamente verdadera.


Su planteamiento puede resumirse entonces, en lo que se llama la teoría de la falsación que -a través de lo que él mismo hace llamar como "racionalismo crítico"- acepta una hipotesis cientifica, mientras no exista otra que pueda desmentirla y falsearla. Esto, sumado a una actitud crítica para con estas hipotesis, que nos permita encontrar cada vez más elementos que sean capaces de refutarlas por medio de conjeturas y verificaciones. La idea es poner a prueba a nuestra hipotesis para así acercarnos mayormente a esa idea de verdad, y no caer en planteamientos cientificos dogmáticos. La refutabilidad se convierte así en un criterio de demarcación limítrofe entre los problemas que se pueden considerar dentro del campo de la ciencia y los que no, aquellos que finalmente terminan siendo solo problemas religiosos, metafisicos, o pseudo-científicos.
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POPPER, Karl, Conjeturas y Refutaciones: el Crecimiento del Conocimiento Científico, 1963.

abril 04, 2007

epistemología y hermenéutica

(...)

Richard Rorty, filósofo norteamericano contemporáneo, crea una metáfora del hombre y de cómo el mismo hombre y toda la tradición ha estudiado las ciencias desde sus inicios. Para Rorty la mente humana es un espejo que refleja la realidad, un ojo interior, un espejo de la naturaleza, que desde los griegos se ha esmerado en una búsqueda epistemológica de estructuras que pretende inmutables, y dignas de absoluta verdad. Pero para Rorty –al igual que para kuhn-, tal verdad inmutable y absoluta no existe y la “reconstrucción racional”, fundamento de toda practica científica –la llamada “acumulación” para T. S. Kuhn-, no es más que un mero acopio de contenidos

Introduce también el concepto de conmensurabilidad, pero ¿De qué se habla cuando se habla de algo conmensurable? Lo conmensurable es simplemente lo medible, lo razonable, lo de auténtica cognición, lo epistemológicamente estudiable. Ahora bien, todo aquello que la epistemología no puede hacer conmensurable –aquello que se abandona y que se cataloga de “subjetivo”, lo inconmensurable- es para el campo de la hermenéutica.

La hermenéutica es comprendida entonces como una racionalidad alterna, o más bien complementaria a la racionalidad tradicional de la epistemología.


(...)

Rorty diferencia a su vez, entre discurso normal y anormal. El primero no es otra cosa que lo que Kuhn entiende como ciencia normal, la ciencia y el estudio de la tradición, que precede de criterios establecidos de común acuerdo y que tiene un aporte argumentativo relevante sobre una crítica, una opinión o una interrogante. En cambio, el anormal, se produce cuando dichas convenciones son ignoradas, -tal cual Kuhn se refiere a la ciencia revolucionaria- y podemos hablar de cualquier cosa, desde lo absurdo a lo revolucionariamente intelectual.

La epistemología es entonces, un producto del discurso normal, de la ciencia normal, que entiende el conocimiento cuando atendemos a la par, la justificación social de la creencia, es decir que en un tipo de afirmación en que existe el consenso común de que es verdadera y racional, por parte de una comunidad en su conjunto, es epistemológica.


(...)

Claramente, la investigación objetiva –epistemológica, normal, constructiva- es posible y real, pero no totalmente efectiva debido a que solo nos proporciona una de las muchas formas de describirnos, que no es en ningún caso totalmente descriptiva, ni mucho menos alternativa.

Rorty postula finalmente que hay que abandonar esa antigua concepción tradicionalista –esa que se centra en el análisis epistemológico de las ciencias- y de manera rotunda, abocarnos a la hermenéutica, a la búsqueda de paradigmas, a la revolución científica de la que nos hablaba kuhn y explorar hermeneuticamente en el campo de lo aparentemente irracional.