Me han comenzado a tildar de conventillera...
Y ahora van a hablar de mi lo peor,
por que lloro por las noches
y soy escandalosa como una tormenta.
Uso mis vestidos ceñidos
al curpo, a pesar
de mi vejez, de mis cincuenta años.
A medianoche lavo mis cabellos
con champú barato y uso
jabón de glicerina.
Yo que repartí nietos
desde la punta del Canal de Panamá
hasta el estrecho de Magallanes,
sanos y hermosos como un sol.
Y ahora van a decir de mi lo peor.
Por que no les doy cabida
a estos peruanos borrachos y mamertos.
Todavía paso por las noches
con la luz del velador encendida,
¡Y no puedo apagarla! ¡No puedo apagarla!
Yo que he contribuido al bienestar nacional.
Yo que lo hacía por atrás
en el caburete de la Talcahuano,
y una noche defenestré de cuajo
las flores del obelisco,
-las argentusas no entienden lo que es el amor-
y en pleno centro porteño
planté mi bandera.
Yo que lo entregaba con todo el amor,
si se me permite, verdadero amor
de zarrapastrosa sentimental,
tal cual soy.
WASHINGTON CUCURTO, La Máquina de Hacer Paraguayitos, Eloísa Cartonera, 2005, República de La Boca, Ciudad de Buenos Aires, Pág 21.
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