noviembre 04, 2006

S3H53

Era un chirrido fuerte. Me clavaba en los oídos como si la cabeza me fuera a estallar. Tenía dolor de cabeza, pero no era la jaqueca de siempre, era un dolor nuevo, mucho más artificial que los otros, como creado por un dispositivo, una máquina. Te rompe en la cabeza, te abre el cráneo y te inserta un chip…
S3H54. S3H55. S3H56…
(…)


El cigarro a esta altura te intoxica, el humo se mueve lento, y si bien recuerdo el sonido de su cámara, ya no recuerdo cómo botaba el humo de su boca. Fumaba. Y fumaba harto. Me contó que esa vez antes de sacar su arma, prendió un cigarro, aspiró lento y aunque intentó circular la bocanada de humo, esta se perdió tras las luces fluorescentes. Agarró su cámara y me mostró su cadáver. Tres impactos de bala, el cuerpo estaba ya putrefacto. S1R42.

Recuerdo que tenía un impermeable cuyo largo se le perfilaba en un negro brilloso. Su pocket-camera inglesa y su Luger del 69` se le ajustaban del todo en su larga figura.
Iba en su cuarto cigarro, cuando me lo explicó todo. No te preocupes, le dije, sé que es tu trabajo. Te quiero, me repitió tres veces. Luego de eso, no opuse resistencia. Traté de mirar sus ojos, pero solo vi el brillo de sus lentes. Creo que lloraba, o por lo menos eso quiero creer.
Estaba todo viciado por la neblina de la noche y el humo de esos cigarros baratos que fumaba. No le quise pedir nada. En el auto me senté a su lado, no puso la radio y ante todo, traté de callar. Cuando nos despedimos fue como si nada. Escuchamos las alarmas, nos miramos de momento y callamos.
(…)

Y la verdad es que anoche lloré. No tenía ganas, pero quería hacerlo. El piso estaba frío y seco, y aunque en principio me sentí solo ante el enrejado y el cemento, luego de un rato ya no. Y es que de un momento a otro, apareció. Entonces me dijo que me tranquilizara, que ya todo pasaría, que solo era asunto de tiempo. Que en una semana… menos que eso incluso… Y fue entonces que le dije que ya no le creía, que para mi todo esto me parecía una más de sus mentiras, pero si es cierto, me dijo, cómo crees que te voy a mentir. Yo ya no sé nada, le dije tratando de hacerme la víctima, todo esto me parece asqueroso, y claro, la traté de mirar como la había mirado antes y aunque no pude, le dije todo. Le dije que días atrás la había visto, le dije que había visto como se metía en mi casa, como se metía en mi pieza, como revisaba mis cosas, mi ropa sucia, los papeles que guardaba bajo mi cama, que de verdad no sabía por dónde había entrado, que quizás tampoco me importaba, que a esa altura de la noche ya no quería pensar mucho. Que entonces, y que incluso ahora, no sabía realmente qué era eso. Eso minúsculo. Misterioso. Disimuladamente escondido. Casi inadvertido. Eso que buscaba con prisa por entre los papeles sueltos. Eso que quería, pero que irremediablemente no le pertenecía. Carpetas llenas de documentación innecesaria. Libros añosos y amarillentos. Papeles innombrables. Todos, llenos de ideas que por momentos vienen y desaparecen, y se acumulan una por sobre la otra, en hojas y más hojas, casi ilegibles. No te preocupes, me dijo, te aseguro que todo va a salir bien. Y desde ese momento no habló más, trató de no mirarme y prendió otro cigarro como si nada. Luego de eso se alejó tras el enrejado, queriendo hacerme creer que a esa altura de la noche, en algo le podía importar.
Vi cómo botaba el humo de su boca, y lo mejor de todo es que todavía lo recuerdo.
(…)

Y era entonces que desde algún punto de mi cerebro volvían los ruidos. Esos que se me clavaban en la sien. Estrepitosos todos. Eléctricos. Punzantes. Estridentes. Ya no los soportaba. Mi cabeza va a estallar, mi cabeza va a estallar. Yo voy a estallar…
Agujas de mierda.
S3H53.
(…)

Al rucio le gritó con fuerza, y aunque solo lo veía como una sombra de las fluorescentes, no vaciló nunca su arma. Lo apuntó mientras botaba la colilla de su cigarro en el cemento. Cagaste, le dijo ya para el final. Así y todo, era extraño que gritara. No solía perder la paciencia con facilidad y lo de esa noche rompía un poco la rutina, cosa que no dejaba de agradarle. El rucio siempre había hecho problema, nunca cumplía con lo acordado, y según lo que me contó, lo que le pasó al rucio, fue solo gracias a que él mismo se lo había buscado. Había que cumplir con las reglas, y lo del rucio, no le costó mayormente. Cumplía, y quizás era por eso que nadie desconfiaba en su trabajo. Su puesto se lo había ganado en la calle y era justamente por eso que nunca tuvo que pedirle nada a nadie. Más tarde limpió su Luger del 69´ con precaución de no disparar y luego de guardar su pocket-camera inglesa lo miró con ya más tranquilidad y aunque se quiso reír, no pudo.
(…)

Vacilaba en su arma
Y si estaba llorando, nunca lo supe. No pude verle los ojos. La verdad es que nunca se quitó los lentes, ni siquiera en ese momento. Ya era muy tarde para dar explicaciones, y aunque nunca se las pedí, ella misma insistió. Esperé un rato. Cállate, le dije. Solo haz lo que tengas que hacer.

1 comentario:

SugarCube dijo...

quizás tenía que ser así porque o si no no funcionaba.. igual le dio emoción al asunto, aunque terminara con plomo metido en el cerebro.
como era métalico demás que le dio la electricidad, y fue así me contaron; pues que siga caminando si uno de eso vive.. pura electricidad.