diciembre 26, 2006

25 de noviembre del 94`

Anoche apareció por la puerta de mi casa. Me preguntó si podíamos hablar. Yo no me negué, pero aún así me parecía muy extraño que viniera a hablar conmigo. Yo nunca tuve una relación tan cercana con ella. Digamos que nuestros encuentros fueron más bien ocasionales y algo incómodos. El asunto es que conversamos toda la noche. Ella me contó de su vida mientras nos emborrachábamos con las botellas de Tecate que tenía en el refrigerador. Sabía que ella, en cada momento que avanzaba en la conversación debía ser menos confiable. Quizás el alcohol, el olvido de anécdotas, o simplemente querer impresionar. No sabía nada de su vida en Europa que pudiera afirmar con certeza. Para mí esa etapa me era en su mayoría confusa. Las historias que se contaban sobre ella eran tantas, que no sabía a ciencia cierta en qué creer. Por lo menos lo que fue su juventud, yo la conocí mejor que nadie. Y lo mejor es que la recuerdo. Recuerdo esos años en los que hacía de la universidad una verdadera juerga. Gustaba de agarrarse a los niñitos de primer año (ojalá de la escuela de ingeniería, decía que eran mucho más ingenuos que los de la facultad de artes), fumar marihuana en el patio de la universidad, y tener sexo todos los fines de semana, no importaba con quién fuera. Pero aún así Amanda tenía un talento que la hacía sobre salir del resto. Creo que ha sido una de las personas que mejor pintaba dentro de la escuela. Decía tener un don con los pinceles, que no era valorado por los profesores. Aún así dedicó gran parte de su juventud en Chile a la pintura y a la escultura con resultados (según yo) notables.


Esto ocurrió hasta que un día un cambio radical la hizo ver todo de una manera distinta. Fue extraño, pero la Amanda que pintaba, tallaba y trazaba lienzos con un idealismo casi revolucionario pasó a ser una mujer sombría, apática y con un discurso que nos sorprendió a todos. Que los revolucionarios latinoamericanos eran unos ilusos, que nosotros por ser subdesarrollados estábamos condenados a vivir de las sobras de la alta burguesía, que las utopías, aquí en el último lugar del mundo, ya estaban muertas.

Francamente no le creí. Y no le creí por que venía de ella. Quizás si me lo hubiese dicho cualquier persona, lo habría ignorado o lo hubiera tildado de ser un reaccionario. Pero me lo dijo ella. Ella, la mujer que no temía decir que leía a Marx y a Feuerbach y que creía firmemente en la causa castrista y que en algún momento me instó a unirme a un grupo dizque social-artístico para combatir a esa burguesía opresora de la que tanto hablaba.

Entonces en el 68`, se fue a Francia y según ella misma me dijo estuvo vagando algunos meses, buscando un lugar donde quedarse, hasta que llegó a Marsella y conoció a una tal Nieves Cuervo, una española que estudiaba teatro en la ciudad y de la cual se hizo muy amiga. En Francia se acercó a las letras, conoció la poesía y le ocurrió algo que a todos los poetas les debe suceder (o deben decir que les sucede): se enamoró de la belleza. Y entonces empezó a escribir, empezó a leer, a editar, a mejorar, y a hacer todas esas cosas que los escritores dicen que hacen. Y en poco tiempo se convirtió en una poetisa, y gradualmente empezó a dejar la pintura y la escultura de lado para dedicarse a su nuevo arte. Al tiempo se fue a París y vivió allí con Loles Nieto, otra española, amiga de Nieves que también se dedicaba al teatro. Según ella, mientras estuvo en Paris conoció a Bretón, tradujo algunos poemas de Mallarmé (cosa que yo nunca le creí) y escribió algunos ensayos sobre el Marqués de Sade.


Cuando volvió a Chile, en el 71` supuestamente para presentar un poemario, me la encontré en la casa del poeta Bruno Vidal y estuvimos un rato conversando. Me dijo cosas como que Chile era un país de mierda (no de poetas como todos decíamos), que el trabajo de los artistas visuales era una mierda, que los críticos, que obviamente eran artistas fracasados, eran una mierda, que los poetas que vivían a la sombra de Neruda eran una mierda, que la antipoesía, el canto nuevo y la revolución allendista era una mierda. Y entonces le hice una broma, le seguí su juego y le dije que era una inconformista de mierda y se rió y al mismo tiempo creo que no se quizo reír y sabía que lo que le estaba diciendo era verdad, que en fondo era una guacha de mierda, que no tenía país ni origen. Que se creía del primer mundo, cuando no era más que otro de los artistas que se creía subvalorado por la crítica sudaca.

Años después, supe que esa noche, luego de haberme ido, estuvo hablando durante largo rato con Enrique Lihn. Nunca supe de qué. Quizás no me atreví a preguntarle. Tal vez era por la sensación que me generaba tenerla de frente. En algún sentido me desagradaba tener que conversar con ella. Su actitud denotaba más arrogancia que simpatía. En ese tiempo sentía que ella de verdad nos miraba por encima del hombro. Como si el hecho de vivir en París y frecuentar los lugares de moda por los literatos le diera mayor crédito.

Cuando estuve en Barcelona, en el 83`, me la encontré en una charla sobre la poesía latinoamericana en la primera mitad del siglo XX que dictaba paradójicamente un poeta francés. Le pregunté que cómo iba su vida y me dijo que mal, que ya nadie quería publicar sus textos, que según ella ya no estaban de moda. Ahora solo publican a escritores latinoamericanos izquierdistas con resentimiento a las dictaduras militares. Ya no hay espacio para la poesía sincera, me dijo. Lástima, le dije, pero te tienes que hacer ese espacio. Eres muy buena y eso es muy importante. No hay como un comentario ingenuo, me dijo. Lo importante no es ser bueno, es ser el mejor. Y que te publiquen, claro.

Esa noche, cené en su casa. En realidad en la casa de su novio. Los tres juntos. Él era profesor de filosofía, cesante por el momento, pero con ganas de hacer cine. ¿Cine?, le pregunté. Sí, bueno, desde pequeño que he soñado con filmar un largo, me dijo. ¿Y sobre qué? Aún no lo tengo claro, la verdad es solo un proyecto. Y así fue. Dos años más tarde, el profesor de filosofía murió en un accidente de auto en la carretera rumbo a Tarragona. Al parecer tuvo una discusión fuerte con Amanda lo que lo llevó a tomar su auto y arrancar rumbo a Valencia a buscar consuelo en su madre. Estaba borracho y drogado. Días después, entre sus cosas encontraron unos textos en prosa que le pertenecían, en donde se declaraba incapaz de congeniar con Amanda. Eso la tuvo durante mucho tiempo al borde de un suicidio que en ese momento era muy prematuro.


Después de esa noche no la vi más. Hasta anoche, claro. Veinticinco de noviembre del 94`. Ya borrachos, me empezó a contar su vida luego de la muerte del profesor de filosofía. Me habló de su estadía en Londres y que había ingresado en el 76` al colectivo literario-marxista-feminista. Que en alguna charla del grupo se había atrevido a leer poemas del profesor de filosofía y que inclusive había llorado como una magdalena. Que cuando estuvo en Chile en el 71` se acostó con cuanto poeta encontró (no me supo decir si en esa larga lista estaba Enrique Lihn) y que durante los últimos meses estuvo tratando de pintar unas telas sin buenos resultados. Fue entonces que me dijo, León, ya no aguanto más, ya no tolero mi vida. Busco y busco, pero no encuentro. Es esa puta espera la que me hace daño. Y de repente empezó a llorar y por un instante pensé que se quería suicidar, que se quería cortar las venas y que escribiría su último poema con la sangre de su cuerpo. Y por un momento la vi tirada en el piso, con las botellas ensangrentadas y una culpa que, no sé por qué, pero me afectaba.

Sacó un papel de su bolsillo y empezó a leer cubierta de lagrimas. Al principio pensé que era un cuento. Más tarde me di cuenta que era un poema. Y era un poema hermoso. Hablaba de dos jóvenes desconocidos que se amaban en secreto, pero que temían mirarse a los ojos cada vez que se encontraban. Y no se miraban, no por ignorancia o indiferencia, sino por que no tenían el valor suficiente como para hacerlo. Y cuando termino le dije que lo encontraba hermoso, que tenía un talento inigualable, que realmente había logrado emocionarme y que no tenía por qué llorar, que con poemas así ella iba a llegar muy lejos, que solo debía atreverse a participar en algún concurso, mandar un poemario a algún editor, o por último auto-financiarse la publicación, pero que ese poema y todos los otros que ella seguro debía tener, tenía que mostrárselos al mundo y enorgullecerse por ello.


Pero ella siguió llorando, dejo el papel en la mesa, y se tomo de un sorbo el resto de Tecate que le quedaba en el vaso. Y me dijo que yo no había cambiado en nada, que seguía siendo un niño ingenuo e inmaduro. Y entonces me dijo que ella no había escrito el poema. Que lo había escrito el profesor de filosofía. Y en ese momento comprendí todo. Traté de secarle las lagrimas con un pañuelo y me lanzó una mirada con sus ojos llorosos. La vi como nunca la había visto. Desnuda.

5 comentarios:

martina p.r. dijo...

Hey Tirano Stuardo, me ha gustado harto tu cuento... como que atrapa bastante, y puta, m alegra q con ese hayas sacado un lugar en el concurso aquel.
Pobre Amanda...parece q te gusta ese nombre.

Anónimo dijo...

Desde el norte leo lo que escribes y eso, a veces no tengo con quien hablar y eso, relativamente, eso nos hablamos, te voy a llamar eso que leo me gusta mucho
saludos
Paola

Anónimo dijo...

Una cosa mas, ¿por que Varsovia?
yo prefiero Cracovia como Veronika
aparece
luego

llamarosa dijo...

Y aparecíste
nos vemos el otro año
cuida mi departamento
y a la Lucha
Te quiere
saludos
de
Paola
eso

llamarosa dijo...

insisto en que deberías haber sacado el primer premio, apuesto que gano un cuento mamón y poyético
saludos