noviembre 26, 2006

Algunas cosas sobre Cortazar

Trabajadores del mundo, uníos en otra parte
ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil
veces, sólo que no es éste el lugar digno
de la historia

(Enrique Lihn, Mester de juglaría)



Dentro del contexto literario latinoamericano de s. XX podemos percibir con claridad que los escritores del llamado boom aglutinan gran parte de la atención. Y con mucha razón, pues debe ser ésta la primera gran generación de narradores made in latinamerica que se destacan a nivel internacional.

(…)
Recuerdo haber escuchado una entrevista en la cual el mismísimo Julio Cortazar hablaba de la nueva imagen que se tenía de Latinoamérica en el mundo a partir del retrato que se generaba en esta nueva narrativa. Por que claro, pasar de ser el patio trasero del nuevo mundo, a ser un referente literario obligado en todas las latitudes, es ante todo un triunfo. Un triunfo de toda la región. Todos ahora posaban sus ojos justo en el rincón donde se acababa el mundo. Incluso nosotros mismos aprendimos a apreciar nuestras propias desgracias. Los latinoamericanos dejaban de leer a europeos o a estadounidenses y se dedicaban a leer a otros latinoamericanos. Con sus mismos problemas y preocupaciones, en un contexto histórico y político similar –contextos hostiles y muchas veces represivos-, y con una visión de mundo ligada por elementos comunes propios de nuestra región. La literatura nos sirve ahora –mucho más de lo que servía antes- como un referente para la construcción de una identidad, supeditada evidentemente, a diferencias menores propias de cada país. No es sino esta, la construcción que se hace en García Márquez, Vargas Llosa –muchas veces-, e incluso Donoso. Ahora bien, ¿Podemos considerar a Cortazar dentro de esta lista?

(…)
Sin duda, Cortazar es un escritor con pergaminos de sobra, cuya obra rompe con los esquemas tradicionales de producción narrativa. El cuento cortazariano –nótese denominación propia- se diferencia desde sus inicios, como un cuento que no escatima en recursos formales para lograr una atmósfera de magia paradojal que sintetiza elementos propios del realismo mágico y social. La estructura adquiere un valor de vital trascendencia ya que gracias a ella se configuran todas las otras aristas que complementan la obra. El valor poético de su narrativa pasa casi a un segundo plano ante las formas, las imágenes y los elementos propios de la estructura formal.
(…)
Las comparaciones son odiosas pero cuando hay que hacerlas, hay que hacerlas. Tanto Rayuela como Cien Años de Soledad son novelas cumbres de la literatura latinoamericana y si bien pertenecen a iguales periodos literarios, difieren en cuestiones esenciales a la hora de hacer balances. Nadie puede dudar de la originalidad estructural de Rayuela y el valor poético que adquiere su narrativa. Pero más allá de elementos técnicos, la novela Cortazariana –y pues toda su obra- pasa por alto el “ethos” de la cultura latinoamericana, esencial para la formación de una identidad propia. Paralelamente, García Márquez ocupa toda la técnica de la amplia tradición literaria europea –la novela clásica- , y sin embargo la sabe ocupar para describir a Macondo, un pueblo con rasgos y características propias, similares a cualquier pueblo perdido dentro de una Latinoamérica en movimiento. He ahí la diferencia.

(…)
Latinoamérica –o los rasgos comunes que forman esa identidad común- se construye a partir de características propias y esenciales. Características que no se inventan a partir de fotos postales o de reminiscencias pasadas, sino que se tienen que vivir como un espectáculo en nuestra propia contingencia. El contexto de producción para la obra literaria del boom urgía ser acaecida en su totalidad, en un contacto directo con la realidad material de un pueblo, con la inmanencia de la tierra misma. No idealizar la tierra, por muy idealizada que sea su imagen en la literatura. Es ahí donde Cortazar peca de ingenuidad. Pretende presentarse como un americano más y reivindicar sus posiciones políticas –por ejemplo con El libro de Manuel- en una tierra que ya no le pertenece. Cortazar nació Argentino, es cierto, pero murió tan francés como la Marsellesa. Tuvo la oportunidad –con su creatividad inagotable- de ser el principal referente literario de América Latina, pero prefirió codearse con la élite intelectualoide de una Francia mucho más idealizada. Apoyó –y siempre que tuvo ocasión dijo apoyar- a los más diversos intentos de izquierdizar políticamente la región, pero sin embargo apoyo a la distancia, sentado en algún café de la Rue de Monttessuy, con visitas de cortesía a esos pintorescos gobiernos populares de América latina, pero sin la menor intención de vivir lo mismo que sus compatriotas. La identidad propia del exilio, para Cortazar es vivida con más dicha que resignación. O por lo menos, él mismo, así nos lo hace ver.

noviembre 04, 2006

S3H53

Era un chirrido fuerte. Me clavaba en los oídos como si la cabeza me fuera a estallar. Tenía dolor de cabeza, pero no era la jaqueca de siempre, era un dolor nuevo, mucho más artificial que los otros, como creado por un dispositivo, una máquina. Te rompe en la cabeza, te abre el cráneo y te inserta un chip…
S3H54. S3H55. S3H56…
(…)


El cigarro a esta altura te intoxica, el humo se mueve lento, y si bien recuerdo el sonido de su cámara, ya no recuerdo cómo botaba el humo de su boca. Fumaba. Y fumaba harto. Me contó que esa vez antes de sacar su arma, prendió un cigarro, aspiró lento y aunque intentó circular la bocanada de humo, esta se perdió tras las luces fluorescentes. Agarró su cámara y me mostró su cadáver. Tres impactos de bala, el cuerpo estaba ya putrefacto. S1R42.

Recuerdo que tenía un impermeable cuyo largo se le perfilaba en un negro brilloso. Su pocket-camera inglesa y su Luger del 69` se le ajustaban del todo en su larga figura.
Iba en su cuarto cigarro, cuando me lo explicó todo. No te preocupes, le dije, sé que es tu trabajo. Te quiero, me repitió tres veces. Luego de eso, no opuse resistencia. Traté de mirar sus ojos, pero solo vi el brillo de sus lentes. Creo que lloraba, o por lo menos eso quiero creer.
Estaba todo viciado por la neblina de la noche y el humo de esos cigarros baratos que fumaba. No le quise pedir nada. En el auto me senté a su lado, no puso la radio y ante todo, traté de callar. Cuando nos despedimos fue como si nada. Escuchamos las alarmas, nos miramos de momento y callamos.
(…)

Y la verdad es que anoche lloré. No tenía ganas, pero quería hacerlo. El piso estaba frío y seco, y aunque en principio me sentí solo ante el enrejado y el cemento, luego de un rato ya no. Y es que de un momento a otro, apareció. Entonces me dijo que me tranquilizara, que ya todo pasaría, que solo era asunto de tiempo. Que en una semana… menos que eso incluso… Y fue entonces que le dije que ya no le creía, que para mi todo esto me parecía una más de sus mentiras, pero si es cierto, me dijo, cómo crees que te voy a mentir. Yo ya no sé nada, le dije tratando de hacerme la víctima, todo esto me parece asqueroso, y claro, la traté de mirar como la había mirado antes y aunque no pude, le dije todo. Le dije que días atrás la había visto, le dije que había visto como se metía en mi casa, como se metía en mi pieza, como revisaba mis cosas, mi ropa sucia, los papeles que guardaba bajo mi cama, que de verdad no sabía por dónde había entrado, que quizás tampoco me importaba, que a esa altura de la noche ya no quería pensar mucho. Que entonces, y que incluso ahora, no sabía realmente qué era eso. Eso minúsculo. Misterioso. Disimuladamente escondido. Casi inadvertido. Eso que buscaba con prisa por entre los papeles sueltos. Eso que quería, pero que irremediablemente no le pertenecía. Carpetas llenas de documentación innecesaria. Libros añosos y amarillentos. Papeles innombrables. Todos, llenos de ideas que por momentos vienen y desaparecen, y se acumulan una por sobre la otra, en hojas y más hojas, casi ilegibles. No te preocupes, me dijo, te aseguro que todo va a salir bien. Y desde ese momento no habló más, trató de no mirarme y prendió otro cigarro como si nada. Luego de eso se alejó tras el enrejado, queriendo hacerme creer que a esa altura de la noche, en algo le podía importar.
Vi cómo botaba el humo de su boca, y lo mejor de todo es que todavía lo recuerdo.
(…)

Y era entonces que desde algún punto de mi cerebro volvían los ruidos. Esos que se me clavaban en la sien. Estrepitosos todos. Eléctricos. Punzantes. Estridentes. Ya no los soportaba. Mi cabeza va a estallar, mi cabeza va a estallar. Yo voy a estallar…
Agujas de mierda.
S3H53.
(…)

Al rucio le gritó con fuerza, y aunque solo lo veía como una sombra de las fluorescentes, no vaciló nunca su arma. Lo apuntó mientras botaba la colilla de su cigarro en el cemento. Cagaste, le dijo ya para el final. Así y todo, era extraño que gritara. No solía perder la paciencia con facilidad y lo de esa noche rompía un poco la rutina, cosa que no dejaba de agradarle. El rucio siempre había hecho problema, nunca cumplía con lo acordado, y según lo que me contó, lo que le pasó al rucio, fue solo gracias a que él mismo se lo había buscado. Había que cumplir con las reglas, y lo del rucio, no le costó mayormente. Cumplía, y quizás era por eso que nadie desconfiaba en su trabajo. Su puesto se lo había ganado en la calle y era justamente por eso que nunca tuvo que pedirle nada a nadie. Más tarde limpió su Luger del 69´ con precaución de no disparar y luego de guardar su pocket-camera inglesa lo miró con ya más tranquilidad y aunque se quiso reír, no pudo.
(…)

Vacilaba en su arma
Y si estaba llorando, nunca lo supe. No pude verle los ojos. La verdad es que nunca se quitó los lentes, ni siquiera en ese momento. Ya era muy tarde para dar explicaciones, y aunque nunca se las pedí, ella misma insistió. Esperé un rato. Cállate, le dije. Solo haz lo que tengas que hacer.