diciembre 26, 2006

25 de noviembre del 94`

Anoche apareció por la puerta de mi casa. Me preguntó si podíamos hablar. Yo no me negué, pero aún así me parecía muy extraño que viniera a hablar conmigo. Yo nunca tuve una relación tan cercana con ella. Digamos que nuestros encuentros fueron más bien ocasionales y algo incómodos. El asunto es que conversamos toda la noche. Ella me contó de su vida mientras nos emborrachábamos con las botellas de Tecate que tenía en el refrigerador. Sabía que ella, en cada momento que avanzaba en la conversación debía ser menos confiable. Quizás el alcohol, el olvido de anécdotas, o simplemente querer impresionar. No sabía nada de su vida en Europa que pudiera afirmar con certeza. Para mí esa etapa me era en su mayoría confusa. Las historias que se contaban sobre ella eran tantas, que no sabía a ciencia cierta en qué creer. Por lo menos lo que fue su juventud, yo la conocí mejor que nadie. Y lo mejor es que la recuerdo. Recuerdo esos años en los que hacía de la universidad una verdadera juerga. Gustaba de agarrarse a los niñitos de primer año (ojalá de la escuela de ingeniería, decía que eran mucho más ingenuos que los de la facultad de artes), fumar marihuana en el patio de la universidad, y tener sexo todos los fines de semana, no importaba con quién fuera. Pero aún así Amanda tenía un talento que la hacía sobre salir del resto. Creo que ha sido una de las personas que mejor pintaba dentro de la escuela. Decía tener un don con los pinceles, que no era valorado por los profesores. Aún así dedicó gran parte de su juventud en Chile a la pintura y a la escultura con resultados (según yo) notables.


Esto ocurrió hasta que un día un cambio radical la hizo ver todo de una manera distinta. Fue extraño, pero la Amanda que pintaba, tallaba y trazaba lienzos con un idealismo casi revolucionario pasó a ser una mujer sombría, apática y con un discurso que nos sorprendió a todos. Que los revolucionarios latinoamericanos eran unos ilusos, que nosotros por ser subdesarrollados estábamos condenados a vivir de las sobras de la alta burguesía, que las utopías, aquí en el último lugar del mundo, ya estaban muertas.

Francamente no le creí. Y no le creí por que venía de ella. Quizás si me lo hubiese dicho cualquier persona, lo habría ignorado o lo hubiera tildado de ser un reaccionario. Pero me lo dijo ella. Ella, la mujer que no temía decir que leía a Marx y a Feuerbach y que creía firmemente en la causa castrista y que en algún momento me instó a unirme a un grupo dizque social-artístico para combatir a esa burguesía opresora de la que tanto hablaba.

Entonces en el 68`, se fue a Francia y según ella misma me dijo estuvo vagando algunos meses, buscando un lugar donde quedarse, hasta que llegó a Marsella y conoció a una tal Nieves Cuervo, una española que estudiaba teatro en la ciudad y de la cual se hizo muy amiga. En Francia se acercó a las letras, conoció la poesía y le ocurrió algo que a todos los poetas les debe suceder (o deben decir que les sucede): se enamoró de la belleza. Y entonces empezó a escribir, empezó a leer, a editar, a mejorar, y a hacer todas esas cosas que los escritores dicen que hacen. Y en poco tiempo se convirtió en una poetisa, y gradualmente empezó a dejar la pintura y la escultura de lado para dedicarse a su nuevo arte. Al tiempo se fue a París y vivió allí con Loles Nieto, otra española, amiga de Nieves que también se dedicaba al teatro. Según ella, mientras estuvo en Paris conoció a Bretón, tradujo algunos poemas de Mallarmé (cosa que yo nunca le creí) y escribió algunos ensayos sobre el Marqués de Sade.


Cuando volvió a Chile, en el 71` supuestamente para presentar un poemario, me la encontré en la casa del poeta Bruno Vidal y estuvimos un rato conversando. Me dijo cosas como que Chile era un país de mierda (no de poetas como todos decíamos), que el trabajo de los artistas visuales era una mierda, que los críticos, que obviamente eran artistas fracasados, eran una mierda, que los poetas que vivían a la sombra de Neruda eran una mierda, que la antipoesía, el canto nuevo y la revolución allendista era una mierda. Y entonces le hice una broma, le seguí su juego y le dije que era una inconformista de mierda y se rió y al mismo tiempo creo que no se quizo reír y sabía que lo que le estaba diciendo era verdad, que en fondo era una guacha de mierda, que no tenía país ni origen. Que se creía del primer mundo, cuando no era más que otro de los artistas que se creía subvalorado por la crítica sudaca.

Años después, supe que esa noche, luego de haberme ido, estuvo hablando durante largo rato con Enrique Lihn. Nunca supe de qué. Quizás no me atreví a preguntarle. Tal vez era por la sensación que me generaba tenerla de frente. En algún sentido me desagradaba tener que conversar con ella. Su actitud denotaba más arrogancia que simpatía. En ese tiempo sentía que ella de verdad nos miraba por encima del hombro. Como si el hecho de vivir en París y frecuentar los lugares de moda por los literatos le diera mayor crédito.

Cuando estuve en Barcelona, en el 83`, me la encontré en una charla sobre la poesía latinoamericana en la primera mitad del siglo XX que dictaba paradójicamente un poeta francés. Le pregunté que cómo iba su vida y me dijo que mal, que ya nadie quería publicar sus textos, que según ella ya no estaban de moda. Ahora solo publican a escritores latinoamericanos izquierdistas con resentimiento a las dictaduras militares. Ya no hay espacio para la poesía sincera, me dijo. Lástima, le dije, pero te tienes que hacer ese espacio. Eres muy buena y eso es muy importante. No hay como un comentario ingenuo, me dijo. Lo importante no es ser bueno, es ser el mejor. Y que te publiquen, claro.

Esa noche, cené en su casa. En realidad en la casa de su novio. Los tres juntos. Él era profesor de filosofía, cesante por el momento, pero con ganas de hacer cine. ¿Cine?, le pregunté. Sí, bueno, desde pequeño que he soñado con filmar un largo, me dijo. ¿Y sobre qué? Aún no lo tengo claro, la verdad es solo un proyecto. Y así fue. Dos años más tarde, el profesor de filosofía murió en un accidente de auto en la carretera rumbo a Tarragona. Al parecer tuvo una discusión fuerte con Amanda lo que lo llevó a tomar su auto y arrancar rumbo a Valencia a buscar consuelo en su madre. Estaba borracho y drogado. Días después, entre sus cosas encontraron unos textos en prosa que le pertenecían, en donde se declaraba incapaz de congeniar con Amanda. Eso la tuvo durante mucho tiempo al borde de un suicidio que en ese momento era muy prematuro.


Después de esa noche no la vi más. Hasta anoche, claro. Veinticinco de noviembre del 94`. Ya borrachos, me empezó a contar su vida luego de la muerte del profesor de filosofía. Me habló de su estadía en Londres y que había ingresado en el 76` al colectivo literario-marxista-feminista. Que en alguna charla del grupo se había atrevido a leer poemas del profesor de filosofía y que inclusive había llorado como una magdalena. Que cuando estuvo en Chile en el 71` se acostó con cuanto poeta encontró (no me supo decir si en esa larga lista estaba Enrique Lihn) y que durante los últimos meses estuvo tratando de pintar unas telas sin buenos resultados. Fue entonces que me dijo, León, ya no aguanto más, ya no tolero mi vida. Busco y busco, pero no encuentro. Es esa puta espera la que me hace daño. Y de repente empezó a llorar y por un instante pensé que se quería suicidar, que se quería cortar las venas y que escribiría su último poema con la sangre de su cuerpo. Y por un momento la vi tirada en el piso, con las botellas ensangrentadas y una culpa que, no sé por qué, pero me afectaba.

Sacó un papel de su bolsillo y empezó a leer cubierta de lagrimas. Al principio pensé que era un cuento. Más tarde me di cuenta que era un poema. Y era un poema hermoso. Hablaba de dos jóvenes desconocidos que se amaban en secreto, pero que temían mirarse a los ojos cada vez que se encontraban. Y no se miraban, no por ignorancia o indiferencia, sino por que no tenían el valor suficiente como para hacerlo. Y cuando termino le dije que lo encontraba hermoso, que tenía un talento inigualable, que realmente había logrado emocionarme y que no tenía por qué llorar, que con poemas así ella iba a llegar muy lejos, que solo debía atreverse a participar en algún concurso, mandar un poemario a algún editor, o por último auto-financiarse la publicación, pero que ese poema y todos los otros que ella seguro debía tener, tenía que mostrárselos al mundo y enorgullecerse por ello.


Pero ella siguió llorando, dejo el papel en la mesa, y se tomo de un sorbo el resto de Tecate que le quedaba en el vaso. Y me dijo que yo no había cambiado en nada, que seguía siendo un niño ingenuo e inmaduro. Y entonces me dijo que ella no había escrito el poema. Que lo había escrito el profesor de filosofía. Y en ese momento comprendí todo. Traté de secarle las lagrimas con un pañuelo y me lanzó una mirada con sus ojos llorosos. La vi como nunca la había visto. Desnuda.

diciembre 23, 2006

electrodomesticos. yo la quería*


bueno yo había quedado de ir a verla a la tarde ahí ese día/
despues de la pega/
en realidad no, no sé que pasó muy bien/
ella, ella ya me había visto borracho, varias veces/
incluso había pasado a cortarme el pelo ese día/
y había llegado bien alegre/
y lo estabamos pasando re bien/
en serio, lo estabamos pasando bien/
yo creo que igual se podía arreglar todo/
si, si no era pa tanto/
yo le habia dicho que nunca más iba a pasar lo mismo/
yo le había dicho que tenía que esperar un poco/
y habiamos quedado de acuerdo incluso/

y dele con lo mismo/
y dele con lo mismo/

usted sabe pue/
el trago lo pone ciego a uno/

qué le costaba esperar un poco/
qué le costaba esperar/
no me acuerdo bien, pero parece que, parece que algo se cayó/
y ahí empezó todo/


yo ya estaba sano y la pega ya estaba saliendo ya, estaba buen la pega/
en realidad es eso lo que no entiendo, si ya estaba todo bien/
ya estabamos arreglados/
no sé por qué me empezó a retar así/

usted sabe pue/
el trago lo pone ciego a uno/
qué le costaba esperar un poco/
no, si no me acuerdo bien, parece que algo se cayó/
ahí empezó todo/

parece que, parece que tomé lo primero que busqué/
era el, el cuchillo que nos había regalado el compadre/

ella gritaba como loca, no se por qué gritaba tanto/
yo no entiendo qué pasó/
yo la quería harto eso sí/
yo la quería harto/
la verdad no, no entiendo/
si estabamos re bien, no entiendo/
yo la quería/


shh, claro po, como no me va a doler po.

diciembre 20, 2006

café


Fue como en esas películas con finales inesperados. Como cuando crees que lo que viste era un error y sin embargo estaba todo perfectamente calculado. La historia es esta. Estaba con el gringo, el que me pidio que lo llevara a un lugar tipicamente chileno. Entonces pensé un rato y le dije que teníamos que caminar un par de cuadras, y ya luego cuando las caminamos, nos vimos adentro, en una pieza oscura de vidrios polarizados, con musica fuerte, humo de cigarro, café caliente y por sobre todo, mucha piel sudorosa, que de a poco nos invitaba a sexualizarnos, a olvidarnos de toda la mierda por un momento, a dejar el pudor de lado y sin más, tirarse a la mina que nos atiendía en la barra, y claro, yo trabajo por aquí, en una de las oficinas de la galeria del frente, y tu cómo te llamai, ah, mira tu, que lindo nombre, y si, este es mi amigo, es gringo y no entiende na, y entonces, claro, se llama paul, y what are you doing, y no te preocupis si no hace daño, don guorry, mai fren, chi is frendly, y entonces el gringo no entendia, o hacia el que no entendía y en el fondo se estaba haciendo el weon pa que la mina se le tirara, gringo caliente, y claro la weona ni tonta, se le tiro de una, y entonces yo miraba como se miraban, como empezaban a tocarse y me parecia que estaba sobrando, andate mierda, qué estay haciendo ahí parado, y claro, ahora me tengo que ir, y dejarlos solos, ahi, en la barra, o donde quieran irse despues que yo me vaya, por que lo más seguro era que estaban esperando a que me fuera para irse ellos tambien, y qué pasó con mi café, mi café las pelotas, y si, entiendo /En ese momento habían cosas más importantes.

diciembre 16, 2006

gay




- hay cachao que ahora está como de moda ser gay...
- yo quiero ser gay
- ...o tener un amigo gay.
- claro po, te muestra como una persona tolerante.
- yo no tengo problemas, yo soy super tolerante
- a esta altura de la vida hay que aceptar a los demás tal como son.
- si po, tu cachai que en el fondo somos todos seres humanos, las diferencias ya casi ni se notan
- pero si ellos son casi como nosotros. Son super gente, hablan regio, ¿Hai visto cómo se visten? Los gays tienen super buen gusto.
- tengo un amigo que me dijo que la gente no era gay por que no estaba informada.
- Igual es super cierto.
- Si te pones a pensar es como una necesidad.
- ¿Qué?, ¿Ser gay?
- No po, informarse. Es como con el SIDA.
- onda pa protegerse, decis tu.
- es que tenis que adecuarte a lo que te rodea.
- en el fondo es eso. Ser tolerante, aceptar la diversidad, ¿cachai?
- si po. Aceptar.

pornográfico

Vivió su juventud en algún barrio de Miami beach, de esos que no son muy respetables, donde los latinos se abarrotan en las esquinas esperando que el destino les escupa algo de lo que sobra del sueño americano, y claro, como era de esperar, en todo ese tiempo, no hizo gran cosa. Trabajaba de mesero en el restorán de unos chinos en South Beach y aunque no ganaba demasiado, ganaba lo suficiente como para comer, pagar la pieza en la que dormía de vez en cuando y meterse en los rotativos de la mañana. Tenía muchas amigas y vivía también de ellas. Encuentros casuales. Borracheras esporádicas. Mujeres que –ante todo- era mejor no recordar.

No leía mucho, por que la verdad, tiempo no le sobraba. Por eso prefiero el cine, decía. Consumes más historias en menos tiempo. Pasaba mañanas enteras metido en una sala fría, sucia y muy incómoda, tratando de entender cómo se lograban los planos, las tomas, los efectos, los colores, los aromas. Líneas que cruzan la pantalla y que de un segundo a otro se van para que aparezcan otras y otras líneas y así hasta al final. Historias escandalosas, incontables, esquizoides, muchas de ellas hasta pornográficas. Puramente ficticias. La pantalla se torna oscura, incluso ante el brillo de las imágenes. Silencio. Detente un rato y piensa. Ahí está la salida.



Según lo que me contó –que dicho sea de paso no fue poco- hizo clases en la escuela de cine de Berlín, y fue productor de no sé cuántas películas de un director sueco que, al parecer, era muy conocido, pero que yo no conocía. Entonces me decía que tenía pensado hacer una película, que lo tenía como proyecto, pero que la verdad no tenía ni un peso, y aunque la película no era tan cara de hacer, necesitaba plata, por que lo que era él, solo tenía como para vivir. Entonces yo le decía que porque no buscaba el presupuesto con alguno de sus amigos europeos, y me decía que la verdad había vuelto a Chile exclusivamente para no tener que estar más en Europa, pero por qué, qué pasó en Europa, y bueno, no, nada, nada importante, y entonces sacó su billetera para pagar la cuenta, y fue que le vi una foto de una niña pequeña, y qué, tienes una hija, le pregunté en medio de mi sorpresa y me respondió que sí, que ser padre era una de las cosas más lindas que le había pasado en la vida, y le pregunté que cómo se llamaba su hija y me dijo que se llamaba Cristina, que era el nombre que le había puesto la mamá, que también se llamaba Cristina, que finalmente no sabía por qué la gente le ponía el mismo nombre a sus hijos, que eso le parecía un poco tortuoso, que no puedes llamar a tu hijo con tu mismo nombre porque los nombres eran algo que marcaban a las personas de una manera muy importante y llamarla con el mismo nombre era como una forma de condenarla a soportar las mismas cargas que tu soportaste, y qué edad tiene tu hija, le pregunté, y me dijo que ahora eso daba lo mismo, que no cambiáramos el tema, que lo que teníamos que discutir ahora era sobre el cine de Truffaut, y le dije que yo no había cambiado el tema, que desde un principio el tema lo había cambiado él, y entonces me dijo que ya no importaba, que siguiéramos hablando de lo que estábamos hablando, y pagáramos la cuenta.

Salimos. Caminamos un rato y nos fumamos un cigarro a medias mientras hablábamos de cine. En su casa me contó que cuando estuvo en Buenos Aires, semanas atrás, vio una película, una de esas de Aristarain, me dijo que le había cargado solo por una cosa, por que la verdad la película era bien buena, pero cuando el director hace cosas como esas, uno no lo puede perdonar, y que hizo le pregunté, y bueno, se supone que era sobre un escritor que esta por terminar una novela y cuando llega el tipo que supuestamente es el editor, ellos empiezan a hablar de literatura y el escritor un poco enojado, por no me acuerdo qué, le pregunta que qué leía, y entonces hace un comentario que de verdad me molestó, pero pero qué decía, decía algo así como qué a ti, al editor le decía, te gusta leer a bukowski y esas mierdas, y claro, aunque no hacía ningún comentario relevante sobre la literatura de bukowski, sí lo decía como si bukowski fuera un escritor de cuarta categoría. Y lo peor era que lo decía en una película de Aristarain. Sí, el mismo. El cineasta más relamido y llorón de toda la Argentina. Pero a mi me da lo mismo, me decía el viejo, por que según él su tarea como artista, -y lo de artista me lo decía así, sin inmutarse- era expresar todo lo que me estaba diciendo a través del arte. A través de su arte. Por que claro, como ya me había contado quería hacer una película, y justo ahora estaba trabajando en un guión para esa película.




La historia –según lo que me contó- la había inventado a partir de una pareja de cubanos que había conocido en una fiesta en West palm beach, a mediados de los ochenta, luego de que él y una de sus cuantas amigas de entonces, se emborracharan juntos celebrando la muerte de John Lennon. Los cubanos, aparte de anti-castristas y acérrimos admiradores de Jimmy Carter, solían vender LSD a los camioneros que salían borrachos de los bares en la carretera de Lake Worth. El negocio, aunque bastante rentable, resultaba peligroso, no solo por lo ilegal de la droga, sino por lo perjudicial que les significaba a ellos por ser inmigrantes, -y más aún, cubanos- ser detenidos. Aún así les gustaba correr el riesgo, nos excita el peligro, decían siempre riendo y claro, así parecían personajes sacados de una novela de bukowski, y era evidente que el viejo amaba a bukowski. Para él era una especie de mito. Medio poeta, medio rock-star. Borracho, decadente y bien putero. Según él, lo conoció una vez que visitó Los Ángeles por allá por a fines de los 70`, en un motel de carretera. Esa vez estaba con Cristina, lo recuerda por que acostumbraba hacer viajes largos con ella. Eso fue hasta que quedó embarazada. Luego todo cambió y para el viejo era todo distinto. Me dijo que no sabía lo que hacía, que era demasiado joven, y me contó que una vez tuvo ganas de volver a Chile con cristina y con la niña, y que a Cristina no le gustaba la idea, quizás por que no le gustaba Chile y me contó sobre su hija, que bueno, que ahora debía tener como veinte o treinta años, que no la veía nunca, que recordaba que cuando llegó a Berlín por primera vez, recibió una carta de ella, que en realidad no escribía nada, por que bueno, todavía no aprendía a escribir, y que solo eran dibujos, casi garabatos, pintados todos con crayones de colores, y salía un avión y en ese avión salía él, despidiéndose de la niña, que estaba con su mamá vestida de rosado.

Todo en esa carta le gritaba que respondiera cuanto antes, y bueno, trató de hacerlo durante días, semanas, meses, incluso años, y que así y todo no había sido capaz de agarrar un papel y escribir algo, siquiera dar explicaciones del por qué del viaje o por lo menos mentir diciendo cuando volvería, dándole una fecha, una hora, un lugar, o algo, cualquier cosa, lo que sea, algo que la deje tranquila por un rato, y que al mismo tiempo lo deje a él tranquilo, que lo libre de culpa mientras duraba su cobardía, por que está bien, sabía que no podía hacerle eso a una niña como ella, a una niña que no era sino su hija, y claro, le costaba aceptarlo, pero en el fondo sabía que era un padre ausente, y eso en definitiva le había costado mucho. Había pasado años gastándose en alcohol los pocos pesos que ganaba haciendo clases.

Había hecho tanto de lo que tenía que arrepentirse.

Entonces quiso llorar, trató de hacerse el fuerte, y perdóname muchacho, que me duele un poco la cabeza, y se levantó y se encerró en el baño durante un rato y era evidente que no le dolía la cabeza, pero en ese momento, qué otra cosa podía hacer, y entonces cuando estuve solo, ahí, en medio de sus cosas, sus libros, sus VHS`s de películas alemanas, me puse a mirarlo todo, a buscar algo que me interesara, algo que me pudiera llevar a escondidas sin que él supiera, y entonces me encontré con un libro, era uno de los más nuevos, tenía tapa rosa, era de esos Anagrama: Bukowski, Se busca una mujer, y sin pensarlo mucho lo empecé a hojear, a leer frases de reojo, a ver los títulos de los cuentos que ahí aparecían, por que era un libro de cuentos, y bueno, no es que me gustaran mucho los cuentos, pero si, me intrigaba mucho bukowski, y no era por su forma de narrar –de hecho nunca antes lo había leído-, tampoco era por que estuviera de moda leerlo, o por que sus historias fueran casi pornográficas, sino por que de alguna forma sentía que si leía a bukowski, estaba leyendo al viejo también. Me acerqué a la puerta y le pregunté si se sentía bien, y me dijo que si, que no me preocupara, y entonces, de un momento a otro, casi por casualidad, vi una foto enmarcada a la pared. Era el viejo en algún lugar de Alemania con una muchacha que no sabía quien era y entonces pensé que me tenía que ir, que finalmente todo esto parecía ser parte de una mala película. Creí entenderlo todo y creí también que no lo podía seguir tolerando. Entonces le hablé, le dije que lamentaba no poder seguir acompañándolo, que me estaban llamando urgente, aunque ni siquiera me estuvieran llamando, y lo decía con un cinismo que no me conocía, y bueno, me tenía que ir, ahora, lo más rápido posible. Y me fui, me guardé el libro en el bolsillo y mientras corría me imaginaba en una película, cámara al hombro, tipo documental, imagen exaltada, textura opaca, nublada de lo sucio de la noche. Y el protagonista –yo- corriendo por una calle, llena de luces, de ruidos estridentes, gente que camina borracha, y yerto del frío que innegablemente sentía -que yo sentía-. Silencio. Detente un rato y piensa. Ahí está la salida. Y está Cristina y están los cubanos jalando en el auto de unos federales. Y está el viejo, y está tirando con una quinceañera. Maldito viejo mentiroso. Aristarain lo habría hecho mejor, por que él si que es un artista, no como tú o ese tal bukowski.

Ahí esta la salida. La veo con aún más claridad. Tengo que llegar afuera. No lo sé. Quizás sea esa la única forma de terminar con todo esto.

diciembre 14, 2006

Humanismo y secularización

UNo.
Definiciones, análisis, referencias históricas –algunas bastante histéricas por lo demás- y datos bibliográficos podemos encontrar por montón en la bitácora del humanismo. Y aunque no lo creamos, así es. Ahora bien, mi intención esta lejos de pretender definir u ostentar una verdad que dudo tener, sino simplemente hacer un pequeño aporte para el pensamiento laico.
En ese plano, ¿Qué connotación, entonces podemos darle al humanismo?

El incipiente pensamiento humanista es una respuesta al oscurantismo medieval y escolástico que pretendía –de manera evidentemente muy soberbia- responder a cada interrogante que se le planteara al hombre.

Y pues, surge sin que nadie lo invitara, el Renacimiento, el advenimiento de las ciencias naturales y de las ciencias formales del hombre, las luces, las respuestas a las interrogantes, la razón para llegar a la verdad, el pensamiento moderno, el hombre en el centro del cosmos: el humanismo.

En mayor o menor medida el Humanismo aporta a la secularización.


DOs.
Cuando Maquiavelo plantea que el fin justifica los medios se refiere a que este mismo fin, debe ser común y estar en concordancia con lo que la colectividad cree que es bueno, y no –tal cual la maliciosa concepción popular tiende a enrostrarnos- pensar en ese fin como una voluntad individual, antojadiza y con rasgos casi inmorales. El estado entonces, para Maquiavelo, tendría un papel esencial al definir el medio –cualquiera sea la predisposición moral que de este se tenga- para alcanzar el fin. Este, innegablemente bueno, no es sino por y para el hombre.

El gran aporte de Maquiavelo al humanismo, no radica en su pensamiento político mismo, sino en la concepción previa que él tiene. Se desliga de la preocupación moral vista como un problema de fe –visión muy propia de un clericalismo casi omnipotente- y se acerca a una especie de utilitarismo moral [1] que debe ser aplicado a la sociedad en su conjunto.

Se aproxima, de paso, a una visión antropológica más secularizada, que da cuenta de la necesidad del hombre –necesidad material- de separar definitivamente, por su completa incompatibilidad, razón y fe. En otras palabras, de separar al Estado de la Iglesia. “Narra el mismo Maquiavelo que habiéndole dicho el cardenal Hoano que los italianos no sabían nada de guerra, le contestó que los franceses no sabían nada del Arte del Estado, ‘pues si lo supieran no habrían dejado crecer de esa manera a la Iglesia’”[2]

El aporte de Maquiavelo esta precisamente en considerar la política como una forma de desarrollo humano, en la que es el hombre mismo el que detenta el protagonismo ante cualquier forma o intento furioso de subordinación metafísica. La política vista como un arte del hombre para proteger al mismo hombre de su propia inhumanidad. Es –ante todo- una forma de organización racional ante la irracionalidad impositiva y dogmática de la fe.


TREs.
En todo este periodo, cabe recordar, no existe en absoluto una muerte de la religiosidad dominante, sino que solo atisbos –muy significativos, por lo demás- de una liberación en el pensamiento. Existe una pequeña perdida en la ingenuidad del hombre, quien, histórica y progresivamente, ha visto cómo se liberan ataduras antaño jamás pensadas. Es un proceso, y como tal, se debe a sus determinantes. Se hace evidente entonces, que el conservadurismo y la moralina clerical están condenados al fracaso, debido a que el pensamiento humano, el hombre, en esencia, tiende a la experimentación y a la búsqueda, a la aceptación material del movimiento, a la secularización y a la liberación de sus límites: al desborde razonable de la misma razón.

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[1] Algunos dirán que se trata de pura irresponsabilidad retórica. Lo cierto es que el término se acuña a partir de una concepción moral que considera a lo que nos es útil como lo bueno. Con Maquiavelo lo podemos relacionar en la elección de ese medio y la consideración de éste como útil para un fin determinado.
[2] GIANNINI, Humberto, Breve Historia de la filosofía

diciembre 04, 2006

K.



1.
Hace ya bastante que las caracteristicas propias de un autor -esas particulares e imborrables del inconciente colectivo- hacen de su nombre algo mucho más complejo. Los movimientos vanguardistas de principios del s. XX, con la diseminación de sus preocupaciones, tanto estéticas como conceptuales llenaron de "ismos" nuestro diccionario. Más aún, desde hace ya muchos años, se ha tendido a adjetivizar los nombres de autores, convirtiéndolos de paso en referentes obligados a la hora de hablar de ciertos temas. Es así que hablamos de lo dantesco, de lo sartriano ( e incluso algunos tratan de hablar de lo nerudiano, como si en Neruda hubiese algúna originalidad), tratando de hacer que la descripción a la que nos referimos sea un poco más acabada para así no tener que escatimar en detalles. Es en esa linea que creo que la descripción de lo kafkiano es, entre todas las denominaciones que personalmente he escuchado, una de las más ambiguas.

2.
Las tendencias artisticas, -literarias, visuales y por cierto con una fuerte base filosófica- están delimitadas con anticipación. Es, pues claro, como consecuencia del intento propiamente humano de racionalizar todo lo que encuentre a su paso. Lo barroco está alejado de lo romántico, y lo realista de lo neoclásico. Todos como si fueran expresiones imposibles de amontonar en un mismo estante. Como si el desorden fuera sinónimo de rebeldía e incomprensión. Es justo ahí donde el miedo a tocar a los clásicos termina por sacralizarlos. Dejándolos en altares ecuménicos, imposibles para nosotros los mortales. Kafka, al contrario de lo que se podría pensar, está en la periferia de todo esto. Se le ha clasificado en cuanto estilo se ha enconrado y aún asi es difícil hablar con exactitud de donde se ubica. Esta en un altar, claro, pero al cual llegó por circunstancias bastante distintas. La obra toma valor casi como un referente autobiográfico, en donde los protagonistas de sus distintas historias son uno, muchos, y a la vez el mismo Kafka. Son historias diferentes, es cierto, pero con protagonistas que se encuentran en el mismo estado de perplejidadad que su autor. "Kafka (...) hubiera deseado escribir una obra venturosa y serena, no la uniforme serie de pesadillas que su sinceridad le dictó"[1]

3.
Es dificil, entonces definir con exactitud milimetrica dónde esta Kafka. Puede sonar atrevido, pero luego de hacer un análisis -superficial más bien, nada muy profundo- creo, y lo digo con olímpica desfachatez, que Kafka está entre Beckett y Sartre ¿Qué más ambiguo que eso?... Esta bien, las distinciones que podemos lograra allí son más bien escasas. La perdida del sentido, la perplejidad del hombre frente al mundo, la guerra, la hambruna, la inmisericorde competencia y la sensación de levedad que deja la propia existencia, son comúnes en la cosmovisión de los tres autores. ¿Dónde radica entonces la diferencia entre ellos que hace tan dificil su ubicación?
La diferencia está en el cómo de su expresión.
Mientras el teatro de Beckett, gracias al absurdo, a la carencia de lógica y al humor negro llega a una paradoja en la comprensión del sentido, y mientras Sartre hace lo propio con la angustia y la nausea existencialista llegando a la nada, Kafka detenta con su misterio y su ambigüedad, un lugar intermedio. Por que claro, que gregorio samsa una mañana se despierte convertido en un insecto es demasiado angustioso para ser absurdo y a la vez demasiado absurdo para ser angustioso. Si hay humor negro en Kafka, los sesgos más negros son los protagonistas, y si hay náusea existencial, esta paradojicamente no alcanza para llegar a la nada.

4.
Si nos aventuraramos a clasificar a Kafka con serena liviandad, podriamos decier que lo suyo es más bien existencialista. Pues, claramente tiene rasgos que nos sería imposible negar. Ahora bien, alguien dijo que toda estructuracón tiende al fascismo. Siguendo entonces esta linea teorica tan ambigua podríamos caer en cuenta de que lo importante, kafka, su obra y el valor estético de esta, podría diseminarse en el espacio de lo relativo. ¿Dónde radica entnoces el valor de Kafka, siendo tan ambiguo en su concepción existencialista? La pieza que habita Gregorio Samsa, la indiferenca de su familia, al urgencia mercantilista en la que se presenta el jefe de su trabajo y todas las circunstancias en las que se ve envuelto el protagonista son -como en todas las novelas de Kafka- elementos que contextualizan una atmosfera de misterio, extrañeza y paradoja existencial. "Nadie ha dejado de observar que las obras de Kafka son pesadillas. Lo son hasta por sus pormenores estrafalarios"[2] La ambigüedad de su visión puesta en la obra adquiere un valor en sí mismo, asi como también el extrañamiento de sus personajes, es el extrañamiento de él mismo.

5.
Kafka es raro. Creo que no hay duda en eso. Y digo raro por que me cuesta encontrar un sinónimo tan kafkiano. Parece un juego de palabras -y la verdad es que lo es- pero aún así esconde algo mucho más profundo. El s. XX también fue raro. La obra de Kafka -y su implícita concepción antropológica- fue tremendamente profética. Cayeron bombas, se dividió el mundo, las utopías fueron fusiladas y el hombre quedó solo, recostado en una pieza y convertido en un insecto. Perdieron todos. Solo lo Kafkiano ganó. Paradojicamente, la victoria de lo Kafkiano es, al mismo tiempo la victoria de lo relativo.

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[1] BORGES, Jorge luis, "Prólogo de un prólogo de prólogos" en Obras completas IV, Buenos Aires, 2003, p. 97

[2] BORGES, Jorge Luis "Textos cautivos" en Obras completas IV, Benos Aires, 2003, p. 306

noviembre 26, 2006

Algunas cosas sobre Cortazar

Trabajadores del mundo, uníos en otra parte
ya os alcanzo, me lo he prometido una y mil
veces, sólo que no es éste el lugar digno
de la historia

(Enrique Lihn, Mester de juglaría)



Dentro del contexto literario latinoamericano de s. XX podemos percibir con claridad que los escritores del llamado boom aglutinan gran parte de la atención. Y con mucha razón, pues debe ser ésta la primera gran generación de narradores made in latinamerica que se destacan a nivel internacional.

(…)
Recuerdo haber escuchado una entrevista en la cual el mismísimo Julio Cortazar hablaba de la nueva imagen que se tenía de Latinoamérica en el mundo a partir del retrato que se generaba en esta nueva narrativa. Por que claro, pasar de ser el patio trasero del nuevo mundo, a ser un referente literario obligado en todas las latitudes, es ante todo un triunfo. Un triunfo de toda la región. Todos ahora posaban sus ojos justo en el rincón donde se acababa el mundo. Incluso nosotros mismos aprendimos a apreciar nuestras propias desgracias. Los latinoamericanos dejaban de leer a europeos o a estadounidenses y se dedicaban a leer a otros latinoamericanos. Con sus mismos problemas y preocupaciones, en un contexto histórico y político similar –contextos hostiles y muchas veces represivos-, y con una visión de mundo ligada por elementos comunes propios de nuestra región. La literatura nos sirve ahora –mucho más de lo que servía antes- como un referente para la construcción de una identidad, supeditada evidentemente, a diferencias menores propias de cada país. No es sino esta, la construcción que se hace en García Márquez, Vargas Llosa –muchas veces-, e incluso Donoso. Ahora bien, ¿Podemos considerar a Cortazar dentro de esta lista?

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Sin duda, Cortazar es un escritor con pergaminos de sobra, cuya obra rompe con los esquemas tradicionales de producción narrativa. El cuento cortazariano –nótese denominación propia- se diferencia desde sus inicios, como un cuento que no escatima en recursos formales para lograr una atmósfera de magia paradojal que sintetiza elementos propios del realismo mágico y social. La estructura adquiere un valor de vital trascendencia ya que gracias a ella se configuran todas las otras aristas que complementan la obra. El valor poético de su narrativa pasa casi a un segundo plano ante las formas, las imágenes y los elementos propios de la estructura formal.
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Las comparaciones son odiosas pero cuando hay que hacerlas, hay que hacerlas. Tanto Rayuela como Cien Años de Soledad son novelas cumbres de la literatura latinoamericana y si bien pertenecen a iguales periodos literarios, difieren en cuestiones esenciales a la hora de hacer balances. Nadie puede dudar de la originalidad estructural de Rayuela y el valor poético que adquiere su narrativa. Pero más allá de elementos técnicos, la novela Cortazariana –y pues toda su obra- pasa por alto el “ethos” de la cultura latinoamericana, esencial para la formación de una identidad propia. Paralelamente, García Márquez ocupa toda la técnica de la amplia tradición literaria europea –la novela clásica- , y sin embargo la sabe ocupar para describir a Macondo, un pueblo con rasgos y características propias, similares a cualquier pueblo perdido dentro de una Latinoamérica en movimiento. He ahí la diferencia.

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Latinoamérica –o los rasgos comunes que forman esa identidad común- se construye a partir de características propias y esenciales. Características que no se inventan a partir de fotos postales o de reminiscencias pasadas, sino que se tienen que vivir como un espectáculo en nuestra propia contingencia. El contexto de producción para la obra literaria del boom urgía ser acaecida en su totalidad, en un contacto directo con la realidad material de un pueblo, con la inmanencia de la tierra misma. No idealizar la tierra, por muy idealizada que sea su imagen en la literatura. Es ahí donde Cortazar peca de ingenuidad. Pretende presentarse como un americano más y reivindicar sus posiciones políticas –por ejemplo con El libro de Manuel- en una tierra que ya no le pertenece. Cortazar nació Argentino, es cierto, pero murió tan francés como la Marsellesa. Tuvo la oportunidad –con su creatividad inagotable- de ser el principal referente literario de América Latina, pero prefirió codearse con la élite intelectualoide de una Francia mucho más idealizada. Apoyó –y siempre que tuvo ocasión dijo apoyar- a los más diversos intentos de izquierdizar políticamente la región, pero sin embargo apoyo a la distancia, sentado en algún café de la Rue de Monttessuy, con visitas de cortesía a esos pintorescos gobiernos populares de América latina, pero sin la menor intención de vivir lo mismo que sus compatriotas. La identidad propia del exilio, para Cortazar es vivida con más dicha que resignación. O por lo menos, él mismo, así nos lo hace ver.

noviembre 04, 2006

S3H53

Era un chirrido fuerte. Me clavaba en los oídos como si la cabeza me fuera a estallar. Tenía dolor de cabeza, pero no era la jaqueca de siempre, era un dolor nuevo, mucho más artificial que los otros, como creado por un dispositivo, una máquina. Te rompe en la cabeza, te abre el cráneo y te inserta un chip…
S3H54. S3H55. S3H56…
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El cigarro a esta altura te intoxica, el humo se mueve lento, y si bien recuerdo el sonido de su cámara, ya no recuerdo cómo botaba el humo de su boca. Fumaba. Y fumaba harto. Me contó que esa vez antes de sacar su arma, prendió un cigarro, aspiró lento y aunque intentó circular la bocanada de humo, esta se perdió tras las luces fluorescentes. Agarró su cámara y me mostró su cadáver. Tres impactos de bala, el cuerpo estaba ya putrefacto. S1R42.

Recuerdo que tenía un impermeable cuyo largo se le perfilaba en un negro brilloso. Su pocket-camera inglesa y su Luger del 69` se le ajustaban del todo en su larga figura.
Iba en su cuarto cigarro, cuando me lo explicó todo. No te preocupes, le dije, sé que es tu trabajo. Te quiero, me repitió tres veces. Luego de eso, no opuse resistencia. Traté de mirar sus ojos, pero solo vi el brillo de sus lentes. Creo que lloraba, o por lo menos eso quiero creer.
Estaba todo viciado por la neblina de la noche y el humo de esos cigarros baratos que fumaba. No le quise pedir nada. En el auto me senté a su lado, no puso la radio y ante todo, traté de callar. Cuando nos despedimos fue como si nada. Escuchamos las alarmas, nos miramos de momento y callamos.
(…)

Y la verdad es que anoche lloré. No tenía ganas, pero quería hacerlo. El piso estaba frío y seco, y aunque en principio me sentí solo ante el enrejado y el cemento, luego de un rato ya no. Y es que de un momento a otro, apareció. Entonces me dijo que me tranquilizara, que ya todo pasaría, que solo era asunto de tiempo. Que en una semana… menos que eso incluso… Y fue entonces que le dije que ya no le creía, que para mi todo esto me parecía una más de sus mentiras, pero si es cierto, me dijo, cómo crees que te voy a mentir. Yo ya no sé nada, le dije tratando de hacerme la víctima, todo esto me parece asqueroso, y claro, la traté de mirar como la había mirado antes y aunque no pude, le dije todo. Le dije que días atrás la había visto, le dije que había visto como se metía en mi casa, como se metía en mi pieza, como revisaba mis cosas, mi ropa sucia, los papeles que guardaba bajo mi cama, que de verdad no sabía por dónde había entrado, que quizás tampoco me importaba, que a esa altura de la noche ya no quería pensar mucho. Que entonces, y que incluso ahora, no sabía realmente qué era eso. Eso minúsculo. Misterioso. Disimuladamente escondido. Casi inadvertido. Eso que buscaba con prisa por entre los papeles sueltos. Eso que quería, pero que irremediablemente no le pertenecía. Carpetas llenas de documentación innecesaria. Libros añosos y amarillentos. Papeles innombrables. Todos, llenos de ideas que por momentos vienen y desaparecen, y se acumulan una por sobre la otra, en hojas y más hojas, casi ilegibles. No te preocupes, me dijo, te aseguro que todo va a salir bien. Y desde ese momento no habló más, trató de no mirarme y prendió otro cigarro como si nada. Luego de eso se alejó tras el enrejado, queriendo hacerme creer que a esa altura de la noche, en algo le podía importar.
Vi cómo botaba el humo de su boca, y lo mejor de todo es que todavía lo recuerdo.
(…)

Y era entonces que desde algún punto de mi cerebro volvían los ruidos. Esos que se me clavaban en la sien. Estrepitosos todos. Eléctricos. Punzantes. Estridentes. Ya no los soportaba. Mi cabeza va a estallar, mi cabeza va a estallar. Yo voy a estallar…
Agujas de mierda.
S3H53.
(…)

Al rucio le gritó con fuerza, y aunque solo lo veía como una sombra de las fluorescentes, no vaciló nunca su arma. Lo apuntó mientras botaba la colilla de su cigarro en el cemento. Cagaste, le dijo ya para el final. Así y todo, era extraño que gritara. No solía perder la paciencia con facilidad y lo de esa noche rompía un poco la rutina, cosa que no dejaba de agradarle. El rucio siempre había hecho problema, nunca cumplía con lo acordado, y según lo que me contó, lo que le pasó al rucio, fue solo gracias a que él mismo se lo había buscado. Había que cumplir con las reglas, y lo del rucio, no le costó mayormente. Cumplía, y quizás era por eso que nadie desconfiaba en su trabajo. Su puesto se lo había ganado en la calle y era justamente por eso que nunca tuvo que pedirle nada a nadie. Más tarde limpió su Luger del 69´ con precaución de no disparar y luego de guardar su pocket-camera inglesa lo miró con ya más tranquilidad y aunque se quiso reír, no pudo.
(…)

Vacilaba en su arma
Y si estaba llorando, nunca lo supe. No pude verle los ojos. La verdad es que nunca se quitó los lentes, ni siquiera en ese momento. Ya era muy tarde para dar explicaciones, y aunque nunca se las pedí, ella misma insistió. Esperé un rato. Cállate, le dije. Solo haz lo que tengas que hacer.