junio 24, 2007

el teatro reescribe a sus clásicos*

(...)

Las relaciones amorosas con un texto teatral tambien presuponen un acto violento hacía él.

No es por amor que uno deba someterse al texto sino mas bien lo contrario. Por amor debe atacarlo, violentarlo, convertirlo en otra cosa para poder tener alguna posibilidad de resonancia.

(...) El teatro es una necesidad expresiva de opinión crítica sobre la realidad. No lo concibo de otra manera. No tiene que ver con una posicion política o con afirmar cierta ideología, tiene que ver con una visión crítica. Cuanto más crítica, creo, mayores posibilidades tiene el creador de encontrar reflejos, elementos rebotados, distorsivos pero asociados con esa materialidad crítica poética.

Habitualmente trabajar con un texto ya existente propone ahorrar desde un principio un trabajo. Se acepta que ya hay un texto escrito o un objeto sobre el cual trabajar para generar una idea, un atravesimiento, o una reproducción literal. Si tomamos literalmente la idea tradicional que hay sobre el teatro occidental, es decir, que hay una historia y personajes, el trabajo teatral consistirtía en "poner en escena", encontrar un sistema de retraducción para que esas convicciones llamadas personajes, movimientos, conflictos y fuerzas se trasladen al plano de lo concreto escénico. En un teatro que no acata, la idea de la representación, en cambio, el texto o la situación dada van a ser siempre una excusa para producir combinaciones de más de un sentido, de más de un discurso. Es un intento de forzar los textos y las acciones a un campo con nuevas resonancias, con nuevos ecos.
Esas experiencias pueden transformar el texto y producir lo que confusamentese llaman "versiones", por que la idea de version parte de la creencia que hay un elemento original del cual ella deriva.

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BARTIS, Ricardo, (Director Teatral Argentino), en Ñ, 5 de Agosto de 2006.

junio 07, 2007

notas previas sobre el exilio

El triunfo de lo civilizado implica la permanencia del hombre en su lugar. Implica además la necesidad cultural de aferrarse a lo tangible de su tradición, eso que vemos, que oímos, y que sentimos como propio. Y también a lo que no vemos, ni oímos, pero que recordamos y creemos verdad. La comunidad, entonces se levanta como el referente soporte de nuestro ethos. De eso que –material o inmaterial- nos constituye como partes de una totalidad mayor y a la vez como una totalidad en nosotros mismos.



Organización, justicia, y verdad y también patria, y otras tantas palabras y ficciones que nos visten y nos crean como personas en cuanto vivimos como civilizados y nos decimos y nos creemos gente normal. Todas, -cada cual más pretenciosa, pedante y llena de pudores escondidos- focaliza nuestros intereses y determina nuestros deberes en su función.

¿Pero qué sucede cuando este sistema de valores nos es contrario, y a la vez nos quiere fuera de su universo de alcance?

El verse obligado a marchar desde donde ya se han echado raíces, duele. No tanto por lo costoso del viaje mismo, como por las consecuencias que este trae. Sentirse alejado del lugar propio es no sentirse a gusto en el nuevo lugar y mucho más aún, sentir que todo lo que nos rodea en este nuevo lugar no tiene sentido alguno. Es una experiencia y por momentos es un suplicio.

Como vemos, entonces el exilio se constituye a partir de lo personal. A partir de un algo -un algo que se vive y se experimenta en comunidad-, que llamémoslo país, o llamémoslo casa, o simplemente reloj. Ese algo puede pertenecer particularmente a mí, o bien, a un colectivo al que yo pertenezca. Cualquiera sea la opción, se presenta en nuestra individualidad –en mi individualidad- con la posibilidad de generar un grado de identificación y de pertenencia con ese algo. Una posibilidad de necesidad de éste en mi, que –en mayor o menor medida- me determina y me predispone.

Ahora bien, cuando se pierde esto que se tiene, cuando se pierde este algo significante, evidentemente se le recuerda, y con no menos angustia, se le lamenta. Pero, aún cuando por momentos la memoria tiende a ser frágil, este algo que indudablemente se quiere, no se olvida con facilidad.

Entonces se configura el exilio.



El sentido de identificación y el sentido de pertenencia constituyen la nostalgia del exilio. Lo patrio, -lo patrimonial, lo que viene del padre, de la raíz, lo verdaderamente propio- se recuerda desde lejos. Y se recuerda con nostalgia, por que ya pasan a ser ideas que se generan desde y para la memoria, ideas que en algún momento nos fueron inmanentes, y que nos fueron propias, ya que las pudimos disfrutar en su entera actualidad, pero que ahora y por algún motivo ya no lo son. No se disfrutan, ni se viven como tal. Son solo justificadores de la nostalgia.

Son historias personales, narraciones cargadas de emoción, que se reflejan en fotos, diarios de vida, testimonios, pasaportes, pinturas, ropajes manchados en sangre y también manchados en sudor, y también en angustia y sufrimiento.