Algún día, como lo hizo el buen Pirrón, habré de cortarme la lengua para no hablar más. O tal vez decida simplemente irme de la ciudad y no ver más a la gente que me habla. La misantropía es una torpeza, me digo cada vez que quedo en silencio. Y cada vez que me percato cuanto rato pierdo mirando la tele. Y cuando leo más de 30 minutos seguidos. Y cuando toco carne fresca en ese silencioso y frío galpón de San Pablo.
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