enero 11, 2009

Guadalupe

Un día le llegó una carta. No era un mail como siempre, sino que era una carta en papel, tal como se usaba antes. La carta venía de Paraguay, y decía que su papá había muerto en una balacera en Ciudad del este, cuando trataba de arrancar de unos bolivianos a los que les debía plata. La carta decía que habían encontrado el cuerpo metido en unas cajas de televisores. Su negocio, de hecho, eran los televisores. Eso según su mamá, lo que claro, al final debía ser cierto. Para uno de sus cumpleaños de niña, recibió en la puerta de su casa un televisor. Estaba nuevo. Venía en su caja original, con indicaciones en japonés, con fotos de gente de ojos rasgados en medio de eternos paisajes otoñales. Había una nota pegada en la caja, era para su mamá. No la leyó. Y aunque nunca supo lo que decía, supuso que no era nada bueno. Luego vio llorar a su madre largo rato, y ella como la niña buena que era, prefirió no preguntar.
Se quedó callada mirando la caja.

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