En una conversación con Pablo Paredes hace un par de meses, me resultó sorpresiva la critica demoledora que le hacía a la cumbia de Chico Trujillo. Eludir la sinceridad radical del folclore desde el artefacto kitsch, neo-burgués, que mira con paternalismo las expresiones de lo popular, hace que el intento de aproximarse a la realidad cumbianchera resulte una falacia, decía*.
Le comenté –coincidencia miserable- que justo el día anterior, en un concierto de Carlos Cabezas en Catedral, había visto a su vocalista revestido de Adidas, con una piscola en la mano, bailando junto a Titae Lindl y todo el establishment cultural ABC1 /C2 que compartían sus caprichos populares, pequeño burgueses y pro- concertacionistas.
Un ejercicio cultural que suponía la participación colectiva de una clase en particular, resulta ahora solo aprovechada por un sector ajeno, que se la apropia y que la modifica con nuevos códigos, y espacios de práctica. Resultaba ser, para Paredes, el problema de la cumbia, un problema de clases. Y ahí estábamos, ante la cumbia que no era cumbia, ante la cumbia entendida como un simulacro de folclore.
Y yo simplemente quería bailar.
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*sorry por el chorizo del primer párrafo, pero en nigun caso es textual, mi memoria no da para tanto.