enero 01, 2007

Una Historia Furiosa

Me gustaría dejar en claro que lo que estoy escribiendo no lo estoy escribiendo por propio gusto, si no por que me siento obligado a hacerlo, o mejor dicho me obligan a hacerlo. Así, tal cual, eso sonaría horroroso para una persona auto-convencida de que el escritor escribe por que gusta de hacerlo. Lo que es a mi, eso me importa un carajo. Escribo por que me obligan a hacerlo y punto. La historia que les quiero contar -o que les tengo que contar- es bastante simple y se trata de una mujer que nos encontramos -digo, nos encontramos; A. y yo- en una de esas escaleras que rodean el borde costero de Viña, o no se si era Viña, quizás era Valparaiso, la verdad era en el limite entre estas dos ciudades que tienen algo de dulce y a la vez tienen algo de agraz. El punto es que estábamos allí, en ese lugar que luego me dijeron que le decían Recreo, y la mujer con la que nos encontramos nos empezó a hablar. Estaba sentada en una de esas escaleras con una botella de cerveza que si mal no recuerdo era dorada, o tal vez pudo haber sido cristal, escudo, o en una de esas hasta becker, la verdad no recuerdo, el asunto es que nos habló buen rato de su vida, de su odio al colegio en que estuvo -mal endémico que comparto-, el Compañía María, eso sí que lo recuerdo con claridad, de que tuvo en ese mismo colegio una compañera que había sido Miss Chile, que era hermana de un deportista famoso, de la quinta región supongo, por que ella era de allí, de uno de los cerros de Valparaíso, si nos dijo, no me acuerdo cuál era, y nos dijo también que su papá era marino, de los importantes, que tenia mucha plata, pero que ella no quería su plata, quería el amor de un hombre que no estaba allí, y que tampoco -al parecer- iba a aparecerse, y nos habló entonces de lo sola que estaba y del amor que sentía por ese hombre que no la valoraba y del cual cargaba un embarazo de casi dos meses, lo estoy esperando nos decía, y estoy esperando que me quiera tal como yo lo quiero, y miraba con cara de pena, y nosotros nos sentíamos un poco los causantes también de esa pena que sentía, y eso nos apenaba aún más, y nos dijo que le había dicho que si no volvía con ella, ella se iba a suicidar, cosa que no pregunté si habría de cumplir. Es un hombre malo, pensé para mi, y fue entonces que cambió el tema y nos preguntó que qué hacíamos, que si eramos pololos, que si estudiábamos, le preguntó a A. si estudiaba psicología, casi como adivinando por una intuición femenina nuestros pasados y por que no, nuestros futuros, nos preguntó también que si eramos de Viña, o tal vez de Valparaiso, o tal vez de Recreo, y no, que eramos de Santiago, que estábamos de visita, por las fiestas de fin de año, y entonces me preguntó cuál era mi signo. Del zodiaco supuse, y al tiro respondí que era Aries, y me empezó a describir como si fuera una pitoniza, o peor aún, una gitana de esas que te roban las chauchas afuera del sta. lucia y me dijo que me gustaba el color rojo, lo que es cierto, y me dijo otras cosas que ahora no recuerdo y me dijo que lo sabía por que él también era Aries, así, tal como yo, y me dijo que yo era un hombre lacho, que hacía sufrir a las mujeres, tal como él, y por un momento me quise reír, y quizás por respeto no lo hice, o quizás no lo hice por que en el fondo es cierto, no sé. Entonces por un momento me transformé en imagen viva de él, y por qué, si no lo conozco, si ni siquiera sé cómo se llama, y cuídala harto, no seas malo con ella, y si, claro, no tiene por que decirme eso, lo tengo perfectamente claro, supongo.

Hasta aquí la historia habría pasado colada como una más de las veces en que me pongo a hablar con desconocidos en la calle. La calle es la escuela de la vida, como nos dijo ella misma. El asunto es que esta escuela -este ramo, esta profesora, puntualmente, digamoslo así- nos dió un largo tema de conversación. Luego de despedirnos, llegamos a la casa. Según Francisco era loca, que todos los locos inventan historias así, que es normal en ellos y entonces A. también creía lo mismo, y yo no, yo creía que no era loca, que simplemente estaba sufriendo por amor, borracha, sucia, desgarbada, sentada en una escalera de Valparaíso, o de Viña, o de Recreo, da lo mismo, en cualquier parte se va a sufrir de igual manera, y mientras sea así, mientras sea eso lo que siente, no va a haber más remedio que el de resignarse y tratar de dar vuelta la página, por que ese hombre al cual ella espera con la botella de cerveza en la mano no va a llegar a esa escalera, nunca. O tal vez llegué, y no tenga que resignarse de nada, y todo lo que he dicho sea una mierda, lo que a final de cuentas no cambia en absoluto el que yo crea que era simplemente una alcoholica y no como A. creía, una loca. Y fue justo despues de esto que A. me dijo -medio en broma, medio en serio- que si no escribía todo lo que nos había pasado con esa mujer, se enojaría conmigo. Y, bueno, me sentí obligado a hacerlo, por la razón evidente de esa amenaza. Y siendo bien sincero, durante un rato atrás pensé en no hacerlo, por dignidad, amor propio o incluso por amor a la literatura -cosa que dudo-. Pensé en no escribir nada de lo que pensaba de la vieja que se emborrachaba por amor. Pensé incluso en emborracharme yo mismo.

Hasta ahora, claro.

2 comentarios:

martina p.r. dijo...

Uff, escribir sobre le resto es como un compromiso... pero finalmente es inmortalizar lo poco de real que tiene la vida, que finalmente es más ficción que la ficción misma.

Anónimo dijo...

jajaja.. eso de q te obliguen a escribir.. mmmm.. iaiaia!
buena historia.. como q sabes el final y sin embargo sigues leyendo.
mmm, eso de los signos del zodiaco,... es taaan verdad!! y.. en el fondo.. SI! eres lacho! jaja sacatelas con q no sabes!


me elevè! sisis
llegue a la luna!
mui buen año nuevoooooo

tuuuu.. no lo pasaste nada de mal veo...

hey!
espero verte algun dia po!
hai q celebrar eso de los puntajes
sisis.... claramenteeee



te kiero mucho marx!!!