enero 30, 2007

ALAMEDA

(Av. Libertador Bernardo O`Higgins 139, Santiago)


Nunca creo en las críticas que hacen los diarios a las películas. Pero esa vez si lo hice y fui al Alameda, creo que fue hace como uno o dos años, un fin de semana, según lo que me acuerdo, a ver una película que tenía las cinco estrellas -de un total de cinco-, es decir debía ser una gran película. Un peliculón. Se llamaba Madame Satá y se trataba de un famoso transformista brasileño de la década de los sesenta que ligaba con cualquiera por un par de billetes.



La película -como la gran mayoría de las películas brasileñas, por no decir todas- se estructura a partir de un ambiente de marginalidad, de pobreza, de miseria, que determina -cómo no- a sus personajes y sus historias. Ésta película en particular se le agregaba un elemento no menos interesante cuando hay que hablar de marginalidad. El transformista, para variar, era un homosexual insaciable, y el director, muy a mi pesar a su vez, un voyerista descarado. Lo más chistoso eran las escenas de sexo entre el transformista y algún policía de aquel pueblo, y no por la escena misma, sino por la reacción que causaba entre quienes llenaban la sala.


Recuerdo una señora, vetusta, arrugada, sentada dos o tres filas en diagonal adelante mío, que miraba horrorizada la pantalla. Mucho cuerpo, mucha piel, mucho sudor, mucho gemido, durante mucho rato, y la película que a final de cuentas no era tan buena, yo le habría puesto cuatro estrellitas no más, ya que finalmente era otro cliché brasileño, con la misma miseria, con la misma gente pobre, con los mismo niños descalzos jugando a la pelota en una cancha de tierra tal como en Estación central, Carandirou, Cuidad de Dios o cualquier otra. No digo que sea malo hablar de pobreza, sino que para el caso brasileño esta pobreza -algo asi como la estética de la miseria- satura.


No me fije si la señora se quedó hasta el final de la película o se retiró antes. Lo que es yo, disfruté la película tanto cuanto pude. Estaba en el Alameda, y no me iba a ir sin terminar de ver una película de cinco estrellas, aún cuando para mi, esas mismas cinco estrellas no fueran del todo merecidas.

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